martes, 13 de abril de 2010

Historia de los objetos 4

Licencia de conducción

Me pregunto qué querra decir eso de licencia de conducción. ¿Permiso para conducir? ¿Permiso para conducirse?. Más allá de lo que eso signifique mi licencia de conducción certifica que yo sé manejar un automovil, que hice todas las pruebas que se exigen para esto y que no soy un peligro al volante. Nada de lo que es totalmente cierto ni, por supuesto, exacto.
La licencia la obtuve sin realizar los trámites exigidos gracias a que desembolsé a un policía de tránsito amigo de un amigo de un amigo, una suma considerable de dinero.
En ese momento no sabía manejar, aun hoy no soy un buen conductor. Debido a que pagué para obtener mi licencia no realicé las pruebas exigidas y aunque dice que no tengo impedimentos para conducir, estoy seguro que si hubiera hecho todas las diligencias pertinentes diría que tengo que usar gafas para manejar.
Sobre si soy un peligro al volante, yo diría que sí y que no. Una amiga mía que manejaba como una loca solía reconocerlo agregando después que nunca había sufrido un accidente porque por suerte los demás conductores sí estaban cuerdos. Un poco eso es lo que me pasa, no manejo muy bien pero en general el resto del mundo se las arregla para esquivarme.Las calles de la ciudad no me gustan ni cinco, prefiero que mi novia maneje, pero en carretera es otra cosa, me encanta, acelero y dejo que las rayas me lleven en su monótono ser y no ser. No puedo conducir bien mientras escucho música (sobre todo cierta música), o mientras me hablan o me... en fin. Tengo que estar concentrado, en esos casos soy uno con el carro, manejo bastante bien y rápido y el mundo pasa por el lado como en una película de esas que van en cámara rápida mientras el protagonista está estático. Eso sí, lo peor es manejar mientras dicen: "vas muy rápido", "cuidado con", "mira el policía acostado", "ahí hay un pare", etcétera, etcétera... Otra cosa que no puedo hacer es manejar solo, me distraigo y, el otro día estaba frente a un semáforo y me puse a pensar en no se qué. A lo lejos oía pitos y gritos, tardé un momento en regresar al mundo y me di cuenta que el semáforo ya estaba en verde y que me pitaban y gritaban a mí. Me apresuré a arrancar pero en medio del desespero se me apagó el carro y volvió a pasar a rojo el semáforo. Nota mental: poner más atención la próxima.

jueves, 25 de marzo de 2010

Historia de los objetos 3



Escribo para tres blogs, dos periódicos, estudiantes vagos que tiene con qué pagar, una asociación de sexología que quiere un guión de un programa de televisión y para terminar una novela que hace tiempos duerme el sueño de los justos. Lo increíble es que a diario siento que no estoy escribiendo, que se me queda todo por decir. Que el tiempo no me da.
Quisiera escribir sobre un árbol en particular, sobre cómo le da la luz a cierta hora del día y un pájaro se posa, nervioso, en él y luego levanta el vuelo mientras el árbol sonríe en silencio.
Quisiera escribir sobre las mujeres, sobre lo que últimamente entiendo de ellas, sobre su absoluta y rematada capacidad para sorprenderme. Para mostrar que todo puede ser mejor cuando ya no era posible y que todo se puede ir a la mierda cuando estás en la mierda misma.
Se me han ocurrido como 10 cuentos que me he autocensurado. Yo. Autocensura. ¿Qué sigue? En fin, por ahora sigamos con los objetos:


Cédula de ciudadanía



Sólo la he perdido una vez (esa no es la historia que contaré, aún, pero quería aclararlo porque hay gente por ahí que dice que pierdo todo), recién me la entregaron a los 19 años. En esa época no era tan necesaria como ahora y no me preocupé de sacarla hasta que me levanté de buenas pulgas y fuí por ella, mucho después de haber cumplido los 18.
Para los jóvenes de mi época la cédula tenía tres usos:
1. Alquilar películas para adultos.
2. Entrar a cine a películas para adultos.
3. Entrar a antros donde uno puede emborracharse y otras cosas que implican mujeres.

Resulta que en el barrio el Nevado, donde vivía, las películas para adultos las alquilaban si uno daba 200 pesos más al dueño del local sin importar si uno tenía o no más de 10 años. Una única excepción: las películas no podían ser homosexuales porque según el dueño del chuzo: "esas sí pueden dañar a un niño, las otras antes los educan para la vida".
Además Johan, un amigo de la cuadra, trabajaba llevando los rollos de cine entre El Cid y la sala del Multicentro en su bicicleta. Esto le daba entrada gratis para él y algún amigo cada que quisiera y sin importar la censura de la película.
Para finalizar mis tíos me habían llevado por primera vez a los antros a los dos años, al escondido de mi mamá, donde las prostitutas me cuidaban por turnos mientras mis tíos se divertían de lo lindo. Una vez, incluso, no me iban a dejar ir con ellos porque estaban muy borrachos y era una irresponsabilidad dejarlos llevarse a esa belleza de bebe. Pidieron el teléfono de mi mamá para llamarla o la dirección para ir ellas mismas a llevarme. En ese momento se les paso la rasca y con mil juramentos me sacaron de allá. Era tal el miedo que le tenían a mi mamá que después me confesaron que si me hubieran tenido que sacar a golpes de allá lo hubiera hecho antes que enfrentar a mi mamá. Después de eso visité burdeles y bares muy frecuentemente, sobre todo entre los 15 y los 20 años y nunca necesité cédula.
Por eso no entendía que mis compañeros del colegio (a los 15 años yo estudiaba becado en un colegio de curas con niños más o menos bien) hicieran lo que fuera -léase pagaran lo que fuera- por tener una buena falsificación de la contraseña de la cédula. En los sitios que ellos visitaban exigían un certificado de que uno ya era un hombre. En los que yo me la pasaba te miraban la cara y decidían si lo eras o no. Ayudaba siempre con quién fuera uno y otra cosa, que uno mirara a los ojos.
La cédula vine a sacarla, ahora lo recuerdo, por mi primer trabajo. No era un trabajo como los de mi barrio, para eso tampoco la hubiera necesitado. Iba a trabajar escribiendo en un periódico y saqué la cédula, después tuve que abrir una cuenta de ahorros y saqué la cédula, luego hice un préstamo y saqué la cédula, luego la tarjeta de crédito para desahogarme del crédito y saqué la cédula. Entonces entendí a García Márquez cuando habla de los tiempos en que era "feliz e indocumentado".

jueves, 25 de febrero de 2010

Historia de los objetos 2

Tarjeta Gold de Cinemark

Anoche fui a cine y no estaba en la billetera. La niña de la ventanilla me esperaba con fingida paciencia mientras yo rebuscaba entre otras tarjetas, carnés y fotografías. La gente de atrás en la fila me veía como si estuviera haciendo de una fruslería un gran problema. La maldita tarjeta dorada no apareció, Norma me preguntaba dónde podía estar y yo trataba de recordar. Fueron unos segundos, lo juro, sólo unos segundos, pero para el resto de la maldita humanidad habían pasado años y yo no era un hombre con un problema, sino un estorbo que causaba uno. Entonces pregunté, antes de irme derrotado: ¿Y no sirve con mi número de cédula? No, dijo la joven de la ventanilla mirando hacia atrás por el lado mío. Fuimos a comer hamburguesa.

lunes, 22 de febrero de 2010

Historias de los objetos (algunos recientemente perdidos) 1

Tarjeta débito de mi novia

No recuerdo como llegó a mi billetera. Una conversación de vé tú, no vé tú, que seguro perdí. Después la metí entre los demás papeles y ahí se fue quedando en medio de mis otras cosas así como sus caderas que me encuentro tibias en la mañana y sus rezongaderas porque trato de rellenarla como a un pavo de Navidad (pesa 42 kilos). La tarjeta está ahí, sirve para apagar de vez en cuando algún incendio relacionado con el agua o el mercado, pero sobre todo para recordarme que eso del machismo pasó de moda. Yo soy el que hace los mandados.

viernes, 12 de febrero de 2010

Cosas que hay en mi billetera

Tarjeta débito de mi novia
Tarjeta gold de Cinemark
Cédula de ciudadanía
Licencia de conducción
Tarjeta de la EPS Sanitas
Tarjetas de presentación de: Hotel los fundadores en Santa Rosa de Cabal, Centro decorativo del mueble, Eje Finca Raíz, Transportes y acarreos, Juan Uriel Guevara Umaña, transporte escolar; Muebles Romil; Jean Pierre Mariño, chef ejecutivo del restaurante Otelo; Carlos Arboleda González, Secretario de Cultura; Catalina Valencia Ruíz, de Valentino Gourmet; kaipiriña, Jairo Ortegón C; Felipe Álvarez, diseñador visual; Bistro de la Candelaria, cocina creativa; Ediciones B Colombia, Ana Ximena Oliveros; Q'hubo, Angelica Chica Duque; María Omaira Zapata, vende lociones, Mosaico fusión, María Teresa Restrepo; Arena accesorios, Angela María Hoyos; Licores Diana; Diego Fernando Aparicio, www.pegateya.com, Hotel Santa Ana, Medellín; Kreta, eventos; Hospedaje y restaurante El Coliseo; Que padre, comida mexicana; Salud Oral, recordatorio de citas odontológicas; una tarjeta para obsequio, Mariachi Huasteca; Fosa Orbital, Santiago Escobar Jaramillo, arquitecto; Misael Alejandro Peralta Rodríguez, jefe de prensa de la Universidad de Caldas; Tukama, hostel; Alquicentro; D' Nick, Tatoo; Jorge Hernán López, Psicólogo; Kamentza, folclor andino; Logística de eventos, Carlos Augusto Jaramillo Parra; La Patria, Ruben Dario Gil Zuluaga; Luz Adriana Trujillo Gálvez, Secretaria de Planeación; Davivienda, Luz Adriana Gómez Giraldo; Libelula Libros, Carolina Arango A.
Tarjeta débito Bancafé de Luz Adriana Gómez
Tarjeta débito de Conavi (mía)
Carné de profesor del colegio Anglohispano
Tarjeta capital, para montar en Transmilenio
Tarjeta Plata de Olimpica
Estampita de la Virgen
Tarjeta super cliente Carulla
Dos fotos mías de hace uno o dos años
Una foto mía de la infancia
Una foto de Norma Idárraga
Una foto de mi hermano menor
Una foto de cuando trabajaba en La Patria
Carné de exalumno de Colseñora
Carné de egresado de la Universidad de Caldas
Tarjeta plata de Olímpica (otra)
Tarjeta Súper Cliente Carulla
Recibos para rebaja de parqueadero en Cable Plaza
Tarjeta Éxito
Almanaque de Ediciones Paulinas
Tarjeta Citi Park
Citación a una cita médica
Un billete de mil pesos de mentiritas
Clave de la tarjeta Éxi1to
17 mil pesos en efectivo

lunes, 1 de febrero de 2010

Manizales, al calor del frío


En diciembre escribí este texto sobre Manizales para el número de enero de la publicación Avianca en Revista. Con permiso de sus editores transcribo ahora con dos intertítulos que no alcanzaron a ser incluidos en la edición, por cuestiones de espacio o de tiempo, creo.


Manizales, al calor del frío

Foto tomada de: http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=548125&page=4

“Manizales beso tu nombre” es la frase que da inicio al himno de la ciudad que se jacta de mantener sus puertas abiertas. Habría que decir que, al despedirse, el viajero tendrá que citarla con una mezcla de alegría y nostalgia. Así lo vio Neruda que le dejó el título de fábrica de atardeceres (pero de eso hablaremos después). Lo primero que uno se encuentra al llegar al aeropuerto, como en cualquier parte, son sus taxis, o mejor, sus taxistas.

Aquí hay de todo y casi todo bueno. No sin razón, en las grandes ciudades, a los conductores de estos vehículos se les mira con cierta renuencia, temes que te lleven a donde no es, que te cobren más, que te estafen, que finjan perderse… en Manizales no, están hechos de otra madera, son corteses, justos y parecen vivir felices de llevar por sus calles empinadas a los viajeros recién llegados. Habrá que decir que además son baratos, te puedes dar el lujo de alquilarlos por horas o un día entero sin quebrarte. Además son preparados y hay de todo, llevan sus títulos con tanto honor como los médicos o los ingenieros: se puede contar los “taxistas amigos”, los “biotaxistas”, los “taxistas brigadistas” y algunos que aseguran ser bilingües, pero tienen un inglés tan macarrónico que es preferible pasarse a ese idioma universal que son las señas y la cortesía. Dan tanto gusto que uno se quiere dar una vuelta antes de llegar al hotel, emprender una pasadita por el Centro Histórico o subir a Chipre, que es una isla, pero en el filo de la montaña.

Para los que conocen Valparaiso, Manizales es bastante semejante en su apuesta por construir en laderas, sin mar es cierto, pero con otros encantos que la hacen más “amañadora”. La gente es amable, culta y con una necesidad natural de servir. No es extraño que uno termine con un guía turístico improvisado al preguntarle a la primera persona que pase por el frente dónde queda la Calle del tango.

Chipre, 360o de paisaje

Manizales está construida en el espinazo de la montaña, su vía principal, la carrera 23, recorre el filo por más de 10 kilómetros, a sus lados y hacia abajo se tiende o extiende la ciudad, sus barrios, sus otros encantos. En los días despejados se ven los tres nevados a lo lejos, imponentes, blancos, gélidos y evocadores. En el extremo occidental está la fábrica por la que Neruda se enamoró de esta ciudad. Desde el Monumento a los colonizadores se pueden divisar cinco departamentos o provincias en una vista de 360 grados. Para los amantes del verde esta es la oportunidad de verlo en todos sus tonos y matices, cambiando con el día desde los tonos tierra hasta el azul oscuro. Pero al final de la tarde hay que subir la cabeza y dejarse llevar por los amarillos, los naranjas, los rojos, los violetas… los atardeceres. No garantizo que esta tarde habrá un atardecer para no olvidar, pero si te quedas siquiera tres días, no te irás decepcionado.

Chipre es paseo obligado, incluso para los Manizaleños, que suben los domingos en familia, a pasear el perro, a jugar, a comer oblea, helado, arepa de choclo. Este es el lugar ideal para los entremeses, los dulces, el tentempié. Te sientas en la calle con un helado de tres pisos, salsa de mora y coco rallado por encima, y estás listo para dejar que el cielo haga su función. En agosto Chipre es sede de un concurso de cometas y todo el mes puede verse el cielo diurno coronado de estrellas de papel, se encuentran algunos de los diseñadores más originales y se construyen desde modelos bastos de dos varillas hasta auténticas cajas chinas; sin embargo, no es un negocio de profesionales, más bien es una actividad de aficionados que se realiza con la pasión que da tener el corazón atado de un hilo al viento.

A sólo unas cuadras está el Centro Histórico. Después de dos incendios, a principios del siglo pasado, el orgullo de los manizaleños vio en la catástrofe una posibilidad: decidieron que ningún fuego podría ahora con su Catedral. Con diseños de arquitectos franceses comenzaron la construcción de lo que hoy es un edificio neogótico en ferroconcreto con 113 metros de altura, lo que la convierte en la tercera iglesia más alta de América. Su aguja corona la iglesia y la hace visible desde cualquier parte de la ciudad, ergo, desde allí se puede ver casi toda Manizales.

Así que ¡a subir escalas!, cientos al principio, más después, pero vale la pena llegar a la cima de la iglesia y contemplar desde el Corredor Polaco otra faceta de Manizales, una mirada desde el cielo, como debe verla Dios. Este corredor, era antiguamente un entramado y peligroso pasaje, que ha sido renovado como un seguro –aunque agotador- ascenso a uno de los balcones con mejor paisaje de la ciudad. El paseo por la catedral es entretenido, los guías te cuentan la historia, te dejan tomar fotos, te toman las fotos, te enseñan los lugares ocultos de esta mole que ocupa toda una manzana en el corazón administrativo de Manizales.

Antes o después de entrar al Templo hay que darse una vuelta por las calles aledañas y poner la cabeza en medio de los omóplatos para poder mirar con detenimiento las construcciones de los alrededores. Frente a la catedral está la Plaza de Bolívar precedida por el Bolívar Cóndor del maestro Rodrigo Arenas Betancur, una representación de las ideas libertarias libertadoras, mitad (la de abajo) hombre, mitad ave que alza el vuelo. La desnudez de este macho-pájaro fue suficiente para armar revuelo cuando llegó para quedarse. Una obra escandalosa, en fin, aunque ahora ya todos se han acostumbrado a verla y ya las viejitas no se santiguan al pasar por ahí con los ojos puestos en los genitales expuestos.

Frente a la Catedral, en el otro extremo de la Plaza, está el palacio amarillo, sede de la administración departamental (Manizales es la capital de Caldas), una joya arquitectónica como para ganar de buena gana una tortícolis si el viajero se decide a entrar: las paredes, los techos y los pisos, todo parece retar a los ojo s y la imaginación. Las volutas, los arabescos, el eclecticismo se unen para formar una de las construcciones más ricas de la arquitectura republicana en la Región. De todas formas no hay que perderse los alrededores con otras fachadas que dan gusto, sobre todo por la utilización del bahareque, una técnica autóctona llamada también temblorero por su resistencia a los sismos, ajustado todo esto a estilos importados como la arquitectura republicana.

Si se caminan cinco cuadras hacia el oriente se pueden seguir disfrutando las construcciones y llegar al Parque Caldas en cuyas aristas se pueden visitar un centro comercial con un diseño bastante singular y otra iglesia que vale la pena ver: La Inmaculada Concepción. A una cuadra de allí está el recién inaugurado Cable Aéreo, que permite llegar a un sector conocido como Los Cámbulos en donde se puede comer plátano maduro asado con queso y bocadillo acompañado de un vaso de postrera, una de las delicias que uno debe evitar perderse a no ser que tenga un estómago frágil o intolerancia a la lactosa.

Valor y sangre

Víctor Diusabá, uno de los aficionados y cronistas taurinos más recorridos en Colombia, no puede dejar de sentir un estremecimiento cada que escucha la Banda Taurina de la Plaza de toros de Manizales: “No he oído en el mundo mejores pasodobles tocados en un plaza de toros”, me dijo hace ya un par de años, una tarde en la que el aguacero arreciaba y la banda calentaba el ambiente de una corrida en la que el torero se había quitado las zapatillas y mostraba su valor sin importar lo jabonoso del piso que podía hacer fallar tanto al matador como al toro en su embestida.

En Manizales los toros son una pasión, no por nada se dice que es la mejor Feria de América, la banda (habrá que creerle a Víctor que recorre cada año las principales de América y ha estado incluso en España y Francia) vale la pena por sí sola. Es por esto que si uno está un domingo en la ciudad, deberá pasar a las 11:00 de la mañana por el parque Ernesto Gutiérrez (el creador de la Ganadería que lleva su nombre) y escuchar la retreta que dan estos muchachos.

Pero para escuchar el Pasodoble Feria de Manizales hay que estar en una auténtica tarde de sangre y valor, pues este es el premio que se da a las corridas excepcionales, y aquí, créanme, la presidencia de la plaza no regala nada.

De este pasodoble vienen dos frases que ayudan a entender a Manizales y su Feria: la primera se convirtió por error en el lema de la ciudad: “Manizales del alma”, en realidad el pasodoble dice: “Manizales de malva”, refiriéndose al color del cielo en los amaneceres y ocasos; la otra es “Toda la feria es un rio” que uno entiende cuando mira desde el Parque Olaya la carrera 23 como un rio de gente de más de 15 calles durante toda una semana.

Los toros son sólo una pequeña parte de la Fiesta, la que la motiva si se quiere, pero aquellos que no gustan de las corridas pueden disfrutar de desfiles, del Reinado Internacional de Café, de Ferias de Artesanías, de las tradicionales carreras de carritos de madera, de las típicas fondas de la arriería y de otros cien planes que tiene la ciudad para sus visitantes.

La máscara del teatro

En el segundo semestre del año, generalmente entre septiembre y octubre, se da en Manizales el Festival Internacional de Teatro. Hay que decir que la ciudad se viste para la ocasión, o mejor, se pone su máscara para “teatrear”.

Mario Hernán López describe la ciudad durante estos días en unos de sus cuentos: Manizales “adquiere un tono alterado, capaz de cambiar el orden empecinadamente natural de las cosas. Cesan por un momento el insoportable chismorreo político, las conversaciones inocentes de los vecinos y los lugares comunes; en su defecto aparecen viejos amigos contando los sucesos culturales de otras tierras (…) Los grupos de teatro van llegando a las plazas, los transeúntes se detienen para observar a los actores disponiendo sus escenografías, mientras los técnicos y auxiliares se dedican con afán a la preparación de luces y sonido. Las telas de colores, con los emblemas coloridos del Festival indican sin equívocos que el territorio ha sido liberado para el teatro. En instantes surge una especie de complicidad entre actores y el público. La gente mira el reloj, pospone sus citas para otra ocasión y decide quedarse definitivamente en la plaza. Todos van cayendo en la trampa que les tiende la imagen teatral”.

Aquí se inventó el verbo “pajariar”

Hace ya un par de años que a Manizales empezó a llegar un nuevo tipo de turismo, el del avistamiento de aves. “Pajariar”, como dicen los locales, es una de las actividades más relajantes y “encarretadoras”. Y para esto nada mejor que la reserva natural de Rio Blanco, donde reinan las aves.

A caballo o a pie se puede subir hasta los páramos de selva húmeda, pero en todo caso el silencio debe ser el requisito. Un par de binóculos, una cámara y una libreta de apuntes son suficientes para esta cacería fotográfica en donde los pájaros son protagonistas aunque, con algo de suerte, se pueden ver venados o leones de montaña.

Hasta ahora se han avistado 362 especies de aves en este bosque, 30 de ellas migratorias, 30 rapaces y 13 en peligro de extinción. Así que si lo que busca es paz, relajarse y tener un encuentro con la naturaleza, este es su plan.

A eso le puede sumar hospedarse en hoteles de estilo campestre como Termales del otoño en el que además las aguas cálidas y azufradas ayudarán a un descanso total y terapéutico, acompañado de un restaurante que ofrece desde picadas para acompañar un trago hasta platos internacionales. Otra opción es el Hotel Recinto del Pensamiento que funciona dentro de una zona protegida de 129 hectáreas, con espacio propio para observación de aves, un mariposario, un bosque de orquídeas… y todo ahí, al alcance de la mano. Además, es el único hotel que cuenta con su propia tienda Juan Valdez y restaurante de comida típica que recoge no sólo la gastronomía del Eje Cafetero, sino de otras partes del país.

El Nevado, un león dormido

Los lugareños llamaban al Nevado del Ruíz el “León dormido”. Por suerte, ahora no ruge y este volcán se encuentra en una paz que permite visitar incluso el cráter. A hora y media de Manizales, por una carretera que se deja andar en automóvil, pero que es mejor en campero o bus, se llega al parque Natural de los Nevados que comprende tres cimas blancas: El Ruiz, Santa Isabel y el Nevado del Tolima.

Un grupo especializado de guías ayudan a los visitantes en la tarea de lograr cima, casi todos estudiantes universitarios y amantes endemoniados de este clima helado. Gabriel Echeverri es el guardabosque y desde hace 20 años es el encargado de hacer que el Nevado siga siendo una zona protegida, que los cazadores no hagan de las suyas y que los incendios no devoren lo que ya se ha tenido que proteger del hombre.

Hay muchas formas de disfrutar este refugio de cóndores, frailejones, osos de anteojos, fauna y flora de páramo, pero sin duda es con Echeverri que uno siente que está conociendo la historia. Es él quien da ánimos cuando uno se pregunta por qué, qué demonios hago acá en medio de este desierto helado y esta falta de oxígeno que se siente en las sienes, el estómago, la espalda y los músculos. Gabriel dice entonces con voz pausada: “ya falta poco para el glaciar, caminemos sólo otro rato y descansamos” (así, siempre con el mismo mantra, logra llevarlo a uno -a pesar de uno mismo- hasta la cima de blancura perpetua). El guardabosque anda estas tierras y se sabe sus caminos de memoria aunque el paisaje haya cambiado rápido últimamente. La nieve se ha replegado más allá de los cinco mil doscientos metros. Lo que antes eran glaciares y nieves perpetuas se ha convertido en arenales y pliegues que, de lejos, hacen infranqueable la cima. A Gabriel no le preocupa, puede andar cada palmo sin fijarse, hace ver fácil ese ascenso que uno maldice hasta que por fin llega al borde de la nieve y esos 24 kilómetros de glaciar que suben hasta los 5 322 metros sobre el nivel del mar. “Bonito, ¿no?” pregunta mientras se prende el sexto cigarrillo de la mañana y mira hacia los nevados del Tolima y Santa Isabel. “Ayer estaba por allá (señala algún lugar en las faldas del nevado del Tolima), tuve que caminar bastante para estar acá hoy temprano”. Al Parque llegan muchos alpinistas en preparación para hacer grandes cumbres. Hacen lo que los guías llaman el tres por cuatro: tres cimas en cuatro días. Es extenuante, una maratón en medio del frío, la falta de oxígeno, la incomodidad y el cansancio. No me atrevo a preguntarle a Gabriel cómo llegó acá tan pronto. Abajo se ve ese desierto helado ampliarse en tonos que van desde el amarillo hasta el gris. Se ven algunos pajaritos que corren de un lado al otro buscando entre las piedras. El aumento de las temperaturas ha permitido que suban hasta acá.

En el glaciar el viento sopla, hemos de agradecer todavía a la montaña por permitirnos subir, Gabriel lo aprendió de los indios de la Sierra Nevada y por lo que cuenta, son pocos los turistas que logran el favor de ver desde la cima los otros dos Nevados. El soroche o mal de montaña deja al 70 por ciento de los visitantes mucho más abajo, en la bandera de Colombia que ondea señalando los cinco mil metros. Sin embargo, el dice que es cuestión de actitud y no de capacidad, cualquiera, en condiciones normales, subiendo despacio y siguiendo las instrucciones de los guías, puede lograr una de las cimas más hermosas de los Andes.

La noche

De regreso en Manizales la noche espera y el sector del Cable es sin duda una buena opción. Valentino Gourmet vende chocolates preparados por su propietaria, Catalina Valencia, una arquitecta que se dejó seducir por el cacao. Para evaluar su talento y conocer sus secretos basta con el paladar. Pero además se pueden disfrutar cocteles y tanto los clásicos como los de la casa (de chocolate, por supuesto) están bien preparados y dejan un sabor de no quererse ir.

Uno de los sitios más tradicionales de este sector es Juan Sebastián Bar, un lugar que ha sobrevivido 16 años sin cambiar su filosofía: “solo jazz, blues y buena música”. Sus margaritas son famosos y siempre iguales.

A la hora de comer hay que visitar dos restaurantes que llegaron para quedarse: Bologninis, una cocina italo-argentina que regenta un gaucho que encontró el amor en esta ciudad, y Portofino, de un italiano medio loco que fuma y conversa sin parar y sirve las mejores carnes que se puedan comer en Manizales.

Para dormir, qué más da… mejor tomar un taxi, alquilarlo un par de horas y pasear por las calles de una Manizales que todavía tiene mucho más que dar.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Del miedo a la muerte

Morir, dormir, tal vez soñar
W.S.

Hasta hace pocos días decía sin duda alguna que no le temía a la muerte. De cierta manera aún no le temo, pero... Sin duda hay cosas de cosas:

Tengo miedo a una muerte ridícula. A que el avión se caiga y no se salve ni Dios. A que un borracho me arrolle. A que me parta un rayo. A que se caiga un bloque de una construcción y me parta la madre. A que un traqueto haga un tiro al aire y me lo pegue.

No le temo a morir en mi ley, mirándola a los ojos en obscuros callejones o en misiones que me impone el trabajo. No temo a morir mostrándole a una mujer que podría morir por ella. O al donarle un riñón a mi amorosa madre. No temo a morir en duelo, en franca lid, dándole la cara a la muerte y esperándola como los toreros valientes, que quieren hacer el quite pero saben que un día el animal se avisará y volteará la cara y con ella los cuernos.

Dios: que no muera de manera ridícula, que no me cague en los pantalones cuando llegue el momento. Que la parca corte mi hilo con piedad. He vivido mucho e intensamente. He sido lo que he querido: vendedor puerta a puerta, ladronzuelo, amante de una mujer que me mantuvo, deudor moroso, filósofo, escritor, periodista, profesor, poeta, cantante de una banda de heavy, ajedrecista, seminarista, contador de historias... déjame ser también un buen muertito. Uno con un rictus feliz, uno del que digan: "tiene una cara de haberse ido en paz".

Me pregunto: ¿Por qué irme ahora? cuando todo anda tan bien. La respuesta es sencilla ¿Por qué no? Es mejor no darle tiempo a la vida de que se invente una manera de poner zancadilla y que uno se caiga de la cama y se tuerza el cuello. Luego todo el mundo recordará, no sin risas, al hombre que murió al caerse de su lecho. No, no quiero eso. Por eso seguiré pareciendo valiente que a veces es lo mismo que serlo. Como estas líneas parecen medio suicidas, los decepcionaré: quiero la vida, la amo, me aferro a ella, pero eso es porque sé que allí está la pelona, esperando, haciéndome guiños, convirtiendo la vida en un juego interesante y sensual.
 
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