miércoles, 22 de julio de 2009

Diarios del pasado 5

Manizales, los muertos vivientes


Supe que era pobre cuando llegué a Manizales. En Medellín todos en la Comuna éramos iguales. No puedo negar que había un par de amigos que tenían mucho más, pero no por eso eran diferentes. En Manizales otras cosas eran importantes: la marca del pantalón, de los tenis, si usabas medias, si te ponías correa, y, sobre todo, había que saber de los Jaramillo de dónde provenías.
Supe que era pobre porque vivía en un barrio pobre. Porque mi mamá nos mandaba a comer donde mi tía, pero, sobre todo, porque la gente bien no se juntaba con nosotros. Manrique, el barrio donde yo vivía en Medellín, era tan grande como Manizales, y todos éramos más o menos iguales. Si caminabas todo el día podías llegar al centro y ver un paisaje distinto, pero en general los barrios se parecían unos con otros y la gente también.
En Manizales aprendí, además de que yo era pobre, que había otros estratos. Tengo un primo con el que caminaba desde el barrio el Nevado hasta Palermo, para ver las casas de los ricos.
El recorrido pasaba por el barrio Cervantes, después pasábamos a Villa Carmenza, subíamos al Campín y pasábamos por detrás del Cementerio San Esteban. Siempre nos prometíamos que vendríamos de noche, y entraríamos por un roto en el muro, así como lo habían hecho unos amigos nuestros. De ahí pasábamos por detrás de Confamiliares y salíamos al INEM, llegábamos al arco de la Universidad Nacional y seguíamos hacia Palermo. Allí nos quedábamos boquiabiertos viendo las casas de los ricos. Era una cosa increíble, había una casa que parecía reflejarse ya que cada mitad era igual a la otra, y en el centro había un par de escaleras de caracol que hacían más interesante el efecto.
Había una casa con un techo larguísimo en forma de triángulo y con tejas de barro. Me parecía un barrio maravilloso.
De regreso, cuando ya estábamos cansados -algunas veces incluso subíamos hasta el morro Sancancio- pasábamos por la Universidad de Caldas. En el primer piso del que ahora es el edificio Orlando Sierra Hernández, quedaba el anfiteatro. Creo que estas largas caminatas tenían este único fin. Y nuestra visita a Palermo a ver casas, era, sólo un pretexto para pasar por este edificio.
Las ventanas estaban clausuradas con pintura blanca, pero había unos pelados que se habían hecho, creo yo, con monedas, desde adentro. Nosotros nos asomábamos para ver a los muertos. Era increíble. Ver los cadáveres ahí, tan cerca, más de los ricos que de los pobres. Era algo auténticamente alucinante. Después nos íbamos, mi primo y yo, como si hubiéramos tenido una experiencia que debíamos guardar para siempre. No hablábamos nunca sobre eso. Teníamos miedo, estábamos aterrados, pero nos hacíamos los fuertes. Siempre tratábamos de mirar más tiempo que el otro para probarnos lo valientes que éramos, pero, en realidad, teníamos pánico de aquellos muertos, temíamos que un día uno de esos se levantaría y nos haría un guiño.
Años después, cuando estudiaba medicina, veía que los niños, los de la siguiente generación, se asomaban por los mismos huequitos, mientras yo recibía clase de anatomía. En una ocasión recordé mi antiguo temor, pero al mismo tiempo ese deseo en el fondo, de que uno de los muertos hiciera algo. Y pensé que eso mismo sentían esos niños que ahora miraban por esos mismos huequitos.
Tomé una mano amputada de una canasta que siempre estaba llena de partes conservadas, y me fui caminando muy bajito por el lado de la pared, a donde estaban los agujeritos poniendo la mano a una distancia suficiente para que los ojos de los niños la vieran. Estaba gris, no tenía menos de dos años de estar disecada. Yo, por la fuerza de la costumbre, ya no sentía ningún reato, ni siquiera el fuerte olor a formol me afectaba. Pero a los niños, ver esa mano que los saludaba, debió parecerles realmente aterrador, ya que salieron corriendo con un grito que todavía recuerdo, no sin dejar escapar una pequeña sonrisa.

5 comentarios:

Carlos Augusto Jaramillo dijo...

Hola: aparentemente hubo problemas esta semana para poder poner comentarios. Espero que ya estén solucionados con algunos ajustes que hice. Aunque la verdad la tecnología me trae problemas algunas veces. En fin, gracias y no se contengan que cualquier cosita que pongan me da ánimos.

Martín Franco Vélez dijo...

Bonitos recuerdos. Me da risa pensar que yo soy de Palermo y, además, del Granadino. Imagínese usté esa mierda. Genial la historia del anfiteatro y la descripción de las casas. Pero cuánta razón tiene, socio: En Manizales miran siempre por encima del hombro. Qué puta pereza...

JuanDavidVelez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
JuanDavidVelez dijo...

Dos cosas mas.

Cuando voy al poblado aca en Medellin yo soy aguevado mirando los edificios, pero cuando he entrado normalmente me desilusiono, la comida mas maluca que me he comido en la vida fue en una casa asi, era pollo con papitas, el pollo mas maluco de todo el hijueputa mundo.

La película la sierra es para mi una obra maestra, esa película por ridículo que suene me mostró un mundo que yo no conocía. El caso es que el mocho de la película dijo esto "es que ustedes en manrique o en el poblado no saben lo que es aguantar hambre". Ese man esta tan llevado del hijueputa que los estratos 2 al 6 le parecen la misma mierda, para el son sinonimo de "gente que come".

JuanDavidVelez dijo...

Esta muy bacano lo que usted escribe, lo maluco es que queda uno con curiosidad. Uno quiere saber mas porque las historias son bacanas.

Publicar un comentario

 
Header Image from Bangbouh @ Flickr