lunes, 26 de octubre de 2009

¿Cuanto cuesta un veto?




Según la Constitución Política de Colombia, por estas tierras del Sagrado Corazón hay libertad de expresión y por lo tanto ‘Residente’ del grupo Calle 13 tenía el derecho de ponerse la camiseta que le diera la gana y además de que en ella dijera lo que a él le diera la gana.
Ese mismo derecho lo tiene, incluso para decir bobadas si quiere, el Alcalde de Manizales, Juan Manuel Llano Uribe. Nuestra constitución, como vemos, no hace diferencia entre quienes hablan, aunque hablen mal.
Hasta acá todo muy bien, hasta chistoso. El problema comienza cuando el Alcalde decide pagar un aviso en La Patria para vetar a Calle 13. Resulta que su chistecito tiene un costo de seis millones de pesos. Como la Alcaldía de Manizales tiene un contrato de publicidad por todo el año con este periódico, es posible que tenga un importante descuento, digamos pues, que tan solo costó cuatro millones de pesos.
Cuatro millones de pesos!!! No de él, de los contribuyentes, ese dinero no le pertenece aunque se crea dueño de la ciudad y por lo tanto con capacidad de decidir quién viene y quién no, aunque nuestras leyes permitan la libre movilización.
Llano pretende salir a decir que Calle 13 insultó al país y a la ciudad cuando en realidad el ataque del músico iba contra una persona. Así que en realidad el veto no es por defender el honor de los colombianos, sino de uno en especial, al que el llama cariñosamente papá.
A Juan Manuel Llano parece no importarle no tener argumentos legales ni constitucionales para vetar a Calle 13. Toma decisiones con relación al presupuesto basado en sus prejuicios, sin tener en cuenta verdaderas necesidades de la ciudad. Uno de los fundamentos de la libertad de expresión es respetar la disidencia y las opiniones, pero el finge ignorarlo porque no le importa la ciudad ni los ciudadanos.



En este momento circula por Facebook un derecho de petición para exigirle al Alcalde que explique jurídicamente su decisión.
Por ahora le propongo a todo estudiante desocupado, con ganas de enviar un derecho de petición, tener en cuenta estas palabras de la abogada Ana Paula Castro Castro:
“Me parece que sería muy bueno pedirle al Alcalde el sustento de la contratación con La Patria, es decir, dónde está el estudio previo que fundamenta la necesidad de que se hiciera esa contratación para publicar el asunto. Tiene que existir algún fundamento para poder gastarse la plata pública en difundir ideas privadas que no tienen nada que ver con el interés general. Me parece que podría analizarse la posibilidad de una indebida contratación. Es probable que pueda prosperar algo al respecto porque ni legal ni constitucionalmente el vetar a un grupo amerita una contratación administrativa, difundir las ideas personales de un funcionario no tiene nada que ver con los objetos de contratación estatal”.

jueves, 15 de octubre de 2009

A la caza del sancocho de gallina

Eran las 2:30 de la tarde, había perdido ya del todo la esperanza de comerme un auténtico sancocho de gallina vallecaucano y me senté desconsolado en un pequeño restaurante de la quinta. ¿Qué tiene de almuerzo? Sopa de Moneditas. Mmmmm. ¿No le gusta la sopa de moneditas? No es eso, es que no soy de acá y quería comerme un sancocho de gallina. Mmmmm, por acá sólo hacen los domingos... a no ser que... ¿Que qué? Que vaya a la galería, allá siempre hay.
En Cali hay siete galerías, algunas realmente tenebrosas, pero hay una cerca del centro, cerca de donde estaba. Así que agradecí y partí hacia Alameda, el barrio donde estaba la plaza.
Llegué como 15 minutos después. Ante mi había una galería bastante bien cuidada, con sector de restaurantes abierto. Con poyos enchapados en blanco y silla a lado y lado. Había cerca de seis restaurantes. El hombre de las moneditas de plátano me había recomendado un sitio llamado Patolin (así sin tilde), allá llegué.
Un sancocho de gallina, por favor. ¿Con gallina? Sí, claro.
Lo primero fue un plato hondo lleno hasta el borde, caliente, con cilantro fresco picado por encima, adentro flotaban la papa, el plátano y la yuca. Iba por la mitad pensando en cómo haría para comerme toda esa cantidad de delicioso sancocho cuando llegó la bandeja.

Bandeja: Una pechuga y un ala de gallina en un salsa de caldo, tomate y cebolla (o sea como medio pollo) arroz (demasiado) ensalada (abundante) Patacón (grande y crujiente).

De verla no más, quedé lleno. Terminé, a duras penas, la sopa. Y me quedé mirando la bandeja como una tarea irrealizable. Decidí entonces probar un poco de la gallina para confirmar por qué no me gusta. Quité el cuero con dificultad porque estaba bien pegado, corté un pedazo de pechuga y me lo llevé a la boca. La pechuga es una presa difícil de sazonar completa. Es muy seca, muy sin gracia. Sin embargo esta estaba casi jugosa, con consistencia pero no dura, era, en pocas palabras, la mejor pechuga que he comido en mi vida. Así que lleno, como estaba, empecé a atacar la gallina, despacio, saboreándola untándola en esa deliciosa salsa criolla, así llegué al arroz, blanco, separado, con gracia, sin gritar, suave y buen acompañante, como nos gusta muchos que sea el arroz. Decidí que era ya demasiado y que sólo probaría, para efectos de esta crónica, el patacón y la ensalada. Pero el diablo es puerco y el patacón estaba crocante, de plátano bien verde, bañado en jugo de limón antes de ser fritado. Y la ensalada, la ensalada, era fina, delicada, con limón y aceite común para hacer la vinagreta, pero bien hecha, sutil y fresca en medio de este calor de los mil demonios.
Acabé con todo. Acompañado de una deliciosa jarra de limonada (tres vasos). Sentí deseos de levantarme y aplaudirme, pero no podía. No pude hasta 40 minutos después, cuando me levanté orgulloso de haber logrado la caza del sancocho de gallina.

martes, 13 de octubre de 2009

Cali, día dos

Ayer probé la lulada: es una mezcla de limonada a la que se le agrega lulo ("Prepare un litro de limonada, y agregue pulpa del lulo despedazada con la mano, agregue a la limonada y continué triturando la pulpa con las manos muy limpias, bata con un molinillo. Agruege hielo picado y disfrute de su lulada, agruege azúcar hasta que le encante").


Lulada


Me quedo en un barrio llamado San Fernando, al norte, bonito, con casas grandes y árboles que dan sombra en los antejardines. Algunos de ellos son de estaciones y parecen enloquecerse sin saber cuándo deberían dejar caer las hojas. Sin otoños ni inviernos se podría decir que son libres de quedarse calvos cuando les de la gana.
Anoche llovió, a cántaros, perros y gatos, una lluvia reparadora, bendita, que invitaba a salir y cantar y bailar debajo de ella. Mientras tanto, en la habitación del hotel me quemaba la fiebre, me resquebrajaba los labios, me invitaba a salir corriendo hacia afuera. Fiebre y lluvia parecían dos amantes que quisieran encontrarse a través de mi cuerpo. Querían jugar destruirse uno al otro en un beso de frescura y ardor. No cedí a la tentación.
Busqué durante más de dos horas un sancocho de gallina en leña, después renuncié y dije: sólo un sancocho de gallina, finalmente pedía sólo sancocho y terminé tomando sopa de pastas. Es raro, en Medellín en cualquier esquina te venden Bandeja Paisa, acá, según me dijo un taxista, sólo los domingos se consigue fácil el sancocho de gallina: "por allá por pance, las familias van y lo preparan a la orilla del río. Hay otros sitios, pero en carretera". El taxista resulto ser un hombre conocedor de comidas típicas y de metederos. Hablamos de la lechona de la mona en el Espinal, del sancocho de doña lola en Jamundí, de la asadura, de la longanisa en Boyacá. "Usted es un viajero de la comida me dijo", me gustó que lo dijera, sobre todo porque venía acompañado de quien les conté ayer.
Hoy, como tengo la tarde libre, iré en busca del Sancocho, será una auténtica cacería. Espero tener suerte, en medio de todo me dedicaré al pandebono, el champús y algunos dulces tradicionales.
Necesito toda la buena energía. Por la noche ver una amiga del alma y tomarme unos buenos tragos al lado de dos amores.

lunes, 12 de octubre de 2009

De los viajes

Siempre me he considerado un viajero. No me incomodan los medios de transporte, ni el cambio de clima, dormir en el suelo duro. Me gusta eso de llegar a un sitio que no conozco y acoplarme. Siempre me ha enorgullecido saber que puedo llegar a casi cualquier sitio con un mapa (urbano claro).
Me gusta la idea de pensar que de alguna forma soy un viajero, siempre en movimiento, siempre dispuesto a conocer otras personas, otros acentos, otras formas de vivir y ver el mundo.
Antes la gente me veía un poco así, por eso extraño haber sido artesano y periodista. Me veían y decían: "qué bueno poder ir a todas esas partes", y yo decía: "sí, pero también es duro". Ahora no.
Me encuentro en Cali. Llegué hace unos minutos a la terminal de transportes. Me han preguntado por teléfono que si estoy muy encartado y respondí que no, que estoy acostumbrado a viajar y a no maniarme. Casi se mueren de la risa. Casi me muero de la ira.
He venido a un café internet para poder sofocar un poco esta sensación de impotencia. Creo, en serio, no por mí, sino por lo que siento dentro de mí, que lo soy. Siempre me he definido como un cenobita, un hombre sin lugar, sin raíces...
Ahora resulta que no, que soy un sedentario, un hombre de un lugar. No sé cómo sentirme al respecto. Mal, creo. NO es lo que prefiero.
Hace sólo un par de años viajé a Cartagena, al Festival de Cine, casi sin dinero, estuve también en Barranquilla, Santamarta, el parque Tairona. Escribí algunas crónicas sobre eso.
En fin, tengo buenos recuerdos de algunos viajes. Así que volveré a sacar a relucir mis viajes en los Diarios del pasado. Atenganse mis queridos lectores, porque voy sin censuras con una Guía para viajeros sin plata.
No es que eso me convierta de nuevo en uno. Pero al menos me hará recordar que lo fui, creo.
Si voy a ser un árbol, al menos que sea uno con recuerdos.
Por ahora les iré contanto cómo me va en Cali.

¿Cómo las flores?
La canción es clara, "las caleñas son como las flores", pero faltan datos: ¿por qué? ¿el olor? ¿se marchitan rápido? ¿pertenecen al reino vegetal? Ya he venido antes y siempre he tenido la misma impresión: la mayoría no son tan bonitas. Las más hermosas están en dos sitios: los centros comerciales más finos y los barrios más pobres. Hasta ahora, por lo que vi en el avión, y luego en el viaje hasta la terminal y acá mismo, mientras espero, no son tan despampanantes. Hay una cosa que me decía el director caleño Jaime César Espinosa (Helena 2009)sobre sus coterráneas: vos podés ponerles los cachos a una caleña, podés darle mala vida, pero nunca pegarle. Eso pasa en cualquier parte de Colombia menos acá. Si le pegás a una caleña, estas frito".
La verdad, sí me da la impresión de que son muy bravas. Ahí está el parecido: tienen espinas, como las rosas. Pero son alegres, cariñosas y menos solapadas que la mayoría de las colombianas.
Tuve, hace ya varios años, una amiga escritora: Monica Emma Lucía Chamorro. Payanesa de nacimiento, pero caleña por decisión y domicilio. Era un encanto de mujer. La visité un par de veces en esta ciudad junto con su esposo, un italiano que hacía todo lo que ella le pidiera y más. Ella le decía "salta" y él contestaba: "qué tan alto". Así eras las cosas. Ahora ella vive en Italia, o al menos hasta hace unos tres años que le perdí la písta, así era. Era una mujer fascinante y depresiva. Hermosa.

La comida
Cali es famosa por algunos platos. Creo que venir a Cali y no comer sancocho de gallina hecho en leña es un auténtico despropósito. En lo particular, creo que es difícil encontrar una gallina que sepa bien, incluso acá, por eso generalmente no me la como. El resto del sancocho sí: la papa, el caldo, la yuca, el arroz, la ensalada. Todo es genial, en especial el olor a leña. me quedaré dos días y espero comerme uno como Dios manda. Ya les contaré. También está el champús, que nunca he probado, creo que esta vez me arriesgaré y el cholao, que he comido en otras partes, pero no acá.

Por ahora, y desde la sucursal del cielo, me despido.
 
Header Image from Bangbouh @ Flickr