Acabo de ocupar mi nueva casa. No tengo mucho: un cerro de libros, un colchón, un televisor, un DVD y, difícilmente, cuatro o cinco cosas más.
Es extraño, pero no siento que sea mi casa. Llego y me siento como si estuviera de visita. No me acostumbro todavía a ese baño, a esas paredes pintadas de blanco arena (por elección mía); esa cocina tan pequeña me da tristeza.
Envidio a mis amigos de otras latitudes que pueden decirle casa incluso a su cuarto en un hotel, que no ocuparán por más de dos o tres días. A mi todavía me cuesta trabajo no decirle casa a la casa de mi mamá y mi papá.
Viviendo con mi hermana pude decirle mi casa algún tiempo, como sin querer, hasta que ella me dejó muy claro que era su casa, entonces ya no pude soportar vivir allí. Ahora estoy en un espacio que podría ser mi casa, pero no lo es (todavía), y me pregunto ¿qué hace que una casa sea mi casa? ¿Los recuerdos que la pueblan? ¿Los elementos que la ocupan? ¿La mirada de quien las habita? No sé.
Lo que sí se es que la casa se está poblando, poco a poco de cosas mías, pero que parece que ahora son de ella. Eso me asusta un poco, un día podría levantarme y ser yo su inquilino, como en un manido cuento de Cortazar.
Zonzo
Hace 7 años